La Perdiz Fue Indultada



Era una fría noche de primavera. Apetecía un cambio en la rutina. Hacer algo distinto, algo diferente, algo casi nuevo.

Cogieron lo necesario y salieron de la ciudad.

Un coche, música, la noche y algo nuevo por delante.

Cuando llegaron no había demasiada gente... mejor, más espacio.

Unas cervezas, unas risas, más música y buena conversación.

Alguien se les acerco... ¿Me podéis dar fuego?... Hay que ser solidarias, pensaron.

La noche seguía avanzando, el ambiente mejoraba.

El Xicoelfuego se les volvió a acercar, derramando su bebida por encima de ellas... ya empezaba a ser una rutina en sus vidas, bebida que se derramaba bebida que era atraída por sus cuerpos... no se encolerizaron... se entablo conversación, les gustaba relacionarse con la gente.

Poco a poco se fue retirando gente de la conversación hasta que se quedaron conversando solos, ella y el Xicoelfuego. La conversación fue variada, sus vidas tenían pocas cosas en común.

Él le pidió un abrazo, ella dejo que se lo diera. Fue el ABRAZO, ella no podía entender como un abrazo podía transmitir tanto. La noche seguía avanzando, él la seguía abrazando pero ella no se podía dejar llevar, debía intentar estar fría y distante, en la situación en la que se encontraba era lo mejor.

Él le pidió su número de teléfono, ella se negó a dárselo (había tomado la decisión, hacia tiempo, de que no le iba a dar su número a nadie más).

Era tarde, pronto amanecería, el local iba a cerrar, debían irse.

Una preciosa luna iluminaba la noche. Era el momento de la despedida, una despedida definitiva (pensó ella). Con el último abrazo ella sintió la necesidad de darle su teléfono.

Ella se reincorporó a su grupo, el se unió al suyo y tomaron direcciones opuestas.

De repente sonó un mensaje en el móvil... ¿quién sería a esas horas de la noche? Ella lo leyó, no daba crédito a lo que veía... se acababan de separar y ya le había escrito un mensaje. Por supuesto, ella lo contestó.

Al despertar se acordó de él, estuvo todo el día recordándolo. Se resistió, durante todo el día, a escribirle, ella era consciente que si él le decía “ven” acudiría. Al anochecer, cuando ella ya se sintió a salvo, cedió a la tentación de escribirle para darle las buenas noches.

A ella le habían gustado sus abrazos; le había gustado su olor; le había gustado, que a pesar de que ella se había puesto una coraza infranqueable, él hubiera continuado junto a ella esa noche; le había gustado que no intentara, en ningún momento, llevársela a su cama.

Los siguientes días continuaron escribiéndose, tuvieron algunas conversaciones pero... les separaba una gran distancia.

Ella sentía la necesidad de volver a probar sus abrazos, su coraza había caído. Acordaron encontrarse de nuevo.

Ella estaba nerviosa por el reencuentro. De aquella noche había quedado un bonito recuerdo pero... ¿qué pasaría cuando se volvieran a ver? ¿sería igual de bonito? ¿se encontraría a gusto en su compañía?... un montón de dudas se acumulaban en su cabeza.

Por fin llegó el día, se reencontraron y las dudas se esfumaron.

Tenían que aprovechar las pocas horas que iban a estar juntos; saborear cada hora, cada minuto, cada segundo, cada situación, cada palabra, cada sensación...

Hablaron, rieron, pasearon, se abrazaron, se acariciaron, se besaron e hicieron el amor.

Escasamente pudieron dormir en toda la noche, el tiempo se les escapaba, iba demasiado deprisa... antes de que se dieran cuenta se tuvieron que despedir de nuevo.

Aunque la comunicación se mantuvo entre ellos, jamás volvieron a verse, nunca más se volvieron a probar.

Ella no se lo contó a nadie, sería algo entre ellos dos y nadie más.

Desde aquel día hay un trocito de su corazón que le pertenece a él y que jamás podrá tener otro dueño.

Ahora, cuando ella se acuerda de él se le dibuja una gran sonrisa en su rostro.

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