¿Será que yo mido mucho mis palabras? ¿Será que me preocupo, excesivamente, de no herir innecesariamente? ¿Será que soy excesivamente sensible? ¿Será que soy humana y tengo sentimientos?

Puede doler más una palabra que una bofetada.

Si me paro a recordar las veces que alguien me ha hecho daño siempre ha sido una palabra la que ha causado el dolor. Siempre ha sido una palabra dicha para herir, para herir profundamente. Siempre ha sido una palabra con la que no me identifico y con la que han intentado identificarme.

Cuanto más cercana es la persona que la pronuncia, cuanto más cariño se le tiene, cuanto más se le aprecia mayor es ese dolor.

Si un desconocido, o un simple conocido, me dijera “furcia”, por ejemplo, me dejaría completamente insensible, ni siquiera me molestaría en replicar... en definitiva, me la traería al pairo. Pero si una persona que te conoce, que te aprecia, te califica como “interesada”, “anti-sociable”, “frívola” o un sinfín de adjetivos más que no encajan contigo... duele, pero ese dolor no está provocado por el significado de la palabra, el dolor no está provocado porque esa palabra te defina... el dolor lo provoca el saber que se ha buscado esa palabra con el único objetivo de hacerte daño.

Yo también soy capaz de herir con mis palabras, tengo la capacidad de ser tan o más retorcida que cualquier otra mente humana, pero mi forma de ver la vida, de valorar la amistad me obliga a morderme la lengua (incluso con el riesgo que conlleva de posible envenenamiento) y no pronunciarlas, porque sé que en el mismo instante que la pronunciara me arrepentiría. Si, ya sé que luego te puedes disculpar pero... ¿de qué sirve la disculpa si el daño ya lo has hecho?

La próxima vez que vayas a pronunciar una palabra, en tono de broma o enserio, que sepas que va a doler, que sepas que va a dejar una herida profunda que, con el tiempo, cicatrizará pero dejará cicatriz... párate dos segundos (no es necesario más) y valora el daño que puedes hacer y el aprecio que tienes hacia esa persona, observa hacia que lado se inclina la balanza y... actúa en consecuencia.

La vida es sencilla, es mucho más sencilla de lo que nos quieren hacer creer... sólo es cuestión que nosotros queramos complicarnos, innecesariamente, o no.

La última palabra la tienes TÚ.

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